viernes, 20 de junio de 2014

El duende se hace el documento de identidad

Un buen día fuimos a hacerle el DNI alemán.... (música de suspense).... la escena, el ayuntamiento de Aschaffenburg; los protagonistas, el Niño, sus Padres y un funcionario amable y eficiente, que pregunta:

Volgon - ¿El niño se llama Yago-Vicente o Yago Vicente? (los lectores españoles no habrán notado diferencia alguna, pero todos los alemanes saben que no es lo mismo tener un nombre compuesto o dos nombres ?????)
Padres - Da igual. Póngale lo que diga su partida de nacimiento.
Volgon - Es que en la partida pone Yago-Vicente, pero ustedes han puesto en el impreso Yago Vicente.
Padres - Habré olvidado el guión. Déjeme que lo ponga.
Volgon - No, no. Esto tenemos que aclararlo. Esperen un momento. (Alza la cabeza y llama a una compañera) Fr. X ¿qué se hace en este caso?
Fr. X - (cara de "oh Dios mío, nunca vi nada semejante") ¡Uf! Difícil decir algo. Espere un momento. (Tomando el teléfono en sus mano y pulsando una cifra) ¿Herr Y? Tenemos un problema (baja la voz al hablar. El asunto es peliagudo y no puede trascender) .... Bien, ahora le comento a Herr H. Herr Volgon Herr Y está en camino. 
Volgon - (a nosotros) Un momento, por favor. (Se levanta y hace mutis por la derecha.)

Tres minutos después, Herr Y, Fr. X y Volgon hablan agitadamente lejos del Niño, que ocupa su tiempo en dibujar círculos sobre un folleto que habla de los documentos que los menores necesitan para viajar, y los Padres, que se miran divertidos por la escena que contemplan y conocedores de lo que viene después.

Diez minutos después, el grupo se ha visto reforzado por la presencia de Herr B, Fr, H y el director, Herr Professor Doktor Doktor W Volgon-Volgon. El Niño da golpecitos en la caja automática con un bolígrafo que ha cogido de la mesa de Volgon y los Padres estiran las piernas paseando por la sala.

Veinte minutos después, Volgon se acerca a los Padres y les tranquiliza:

Volgon - Herr Professor Doktor Doktor W Volgon-Volgon casi ha encontrado la solución. Es muy inteligente, por eso le nombramos director.
Padres - (asienten con un movimiento de cabeza y una sonrisa amable, aunque algo amarga)

Cuarenta y cinco minutos después, la asamblea se disuelve y Volgon regresa triunfante.

Volgon - Herr Professor Doktor Doktor W Volgon-Volgon dice que pueden añadir el guión al documento inicial. Ya casi lo tenemos.
Padres - (añaden el guión y devuelven el papel a Volgon, que lo recibe satisfecho). ¿Entonces está todo bien?
Volgon - ¡Oh, sí! ahora solo tienen que pagar en la caja esa que el Niño está destrozando, el Niño ha de firmar aquí y dentro de dos meses les avisaremos para que vengan a recoger el Personalausweis
Padres - ¿Podríamos obtener un documento para que el Niño pueda viajar en dos semanas? 
Volgon - Claro que sí, les preparo todo ahora mismo y mi compañera se lo entregará sobre la marcha. Además es lo mejor que pueden hacer, porque en dos meses es agosto y seguramente estaremos de vacaciones, así que el documento de el Niño tal vez se retrase algo. Mejor será que calculen entre 3 y 4 meses. 


Despedida amable de las partes protagonistas, devolución disimulada del bolígrafo y dos tornillos que el Niño logró sacar de la caja automática y mutis por el foro.

Una noche cualquiera

Aclaración, a modo de prólogo.

La aparición de lo inesperado cambia vidas y caracteres y la aparición de un duende en el hogar es lo más inesperado de cuanto pueda pasar.
Hace dieciséis años vino hasta nosotros y llenó la casa de risas, lágrimas y pequeñas aventuras. Nos tomó de la mano y nos fue conduciendo por un mundo mágico del que he ido hablando en otras páginas.
Ahora, que tan poco le falta para hacerse oficialmente adulto y comienza a volar solo, ha decidido independizarse del blog que compartía conmigo y contarnos sus historias sin sufrir interferencias de otras personas u otros relatos.
Sin más preámbulos, me retiro a mi lugar y dejo que el duende nos lleve a su reino.



UNA NOCHE CUALQUIERA 

La barbilla apoyada en el dorso de la mano izquierda, que descansa sobre la mesa. En la mano derecha una esponja oscila en un vaivén hipnótico y tranquilizador.
Llaman la atención los ojos rasgados que miran con interés hacia la ventana. Tras ella, unos pájaros picotean las cerezas: es posible que sea eso lo que observa tan fijamente.  
También puede ser que solo esté descansando un momento, tras el baile que acaba de hacer. Al ritmo de la "Danza de las Horas" ha saltado, realizado un par de arabesques (que por poco no dan con él en el suelo), girado y casi flotado en el aire.
No es un gran bailarín, pero no lo hay más entregado. Sus coreografías, de propia creación, adolecen de purismo pero tiene un toque algo salvaje que las dota de vitalidad. De hecho preferiríamos que no fuesen tan "vivas", porque tememos por la vida de los muebles, cuadros, libros e incluso de las lámparas.
Compensamos ese miedo con la alegría que produce ver la expresión de su cara al danzar. Su rostro es la imagen del deleite combinado con la pasión, parece que de repente no siente nada más que la melodía, como si la música hubiera tomado posesión de cada poro de su cuerpo y fuera ella quien guiase sus pasos y contorsiones. De vez en cuando ríe. Lo hace solo o en compañía, porque la alegría le nace dentro y no depende de lo que ocurra a su alrededor, y su risa es contagiosa, porque es la de aquellos que lo hacen al sentirse felices, sin más motivo.
Mi corazón se llena de amor al mirarle y siento que mi bebé-duende está escondido tras esos ojitos.

De pronto parpadea, levanta la cabeza, se alza de la silla y sale disparado hacia la escalera. Vuelve unos segundos después con una caja de cerillas en la mano, exigiendo que encendamos fuegos artificiales.
Le quitamos las cerillas y pide una pizza. Contestamos que ya cenó hace un rato y que es hora de irse a la cama. Dice que necesita cinco minutos y se abalanza sobre el ordenador, para intentar conectarse a You Tube. Nos negamos e insistimos en lo de la cama. Asegura que ni se va a ir a dormir, ni se cepillará los dientes hasta que no le demos una galleta por lo menos. Nueva negación, al tiempo que nos retiramos dándole las buenas noches. Gritos llamándonos para que le acompañemos a cepillarse los dientes. Cepillado, paseo hasta la cama, besos de buenas noches...
Casi las dos de la mañana. Se ha dormido tras beberse medio litro de té frío, cambiar un sillón y una mesa de sitio, escuchar la programación nocturna de la radio, ir a la cocina en un par de ocasiones a buscar galletas y comentarse a sí mismo varias veces que mañana saldremos todos juntos a comer a una hamburguesería.


Definitivamente, mi duende sigue ahí. Es lo que tienen los duendes: nunca crecen demasiado.